Sonríen en el autobús, en el
metro, mientras esperan en el mercado y sentados en una terraza cualquiera. Sin
motivo aparente, sin compañía visible. Sonríen. Parecen felices, gozando del
simple hecho de vivir.
Hace mucho que los observo…
son hombres y mujeres de todas las edades, incluso niños. En sus ojos brilla la
luz de la ilusión, del primer enamoramiento, de la sinceridad y la confianza.
Parecen estar en una de esas conversaciones profundas que nos calan, sin
embargo, no están con nadie, se sumergen en el continente digital, en oleadas
de whastapps, mensajes o “Me gusta”. Cuando los veo, pienso en qué nos da la
tecnología que no encontramos en las personas a nuestro lado. La respuesta la
tiene el doctor José Rosado, experto acreditado en adicciones. Él afirma que
los móviles crean una realidad bioquímica muy similar a cualquier dependencia.
“Conseguir el placer y evitar el displacer es el instinto primario y visceral
de toda persona, pero también marca una grabación neuronal que con su
estructura bioquímica consolida una memoria emocional que tiende
permanentemente a expresarse en la conducta. La sensación de experiencia
gratificante (que
experimentamos en nuestra interacción con el mundo digital)
justifica el deseo de su uso, y cuando se da satisfacción a un deseo (refuerzo
positivo), se refuerza un hábito que se consolida por la repetición del
acto (coger el móvil) y que va condicionando una cierta urgencia compulsiva,
especialmente si ese acto le puede aliviar o retrasar una situación de intranquilidad,
soledad o simple aburrimiento, y que conforma el refuerzo negativo que ayuda a
enraizarlo”.
Sonreímos a las pantallas
porque nos gratifican sin pedirnos nada a cambio. Es un gozo fácil, que no
compromete, y que engancha peligrosamente dañando nuestras capacidades para
disfrutar de la vida presencial. ¿Sabías que un 77% de las personas con
Smartphone padece “nomofobia”, es decir, temor y ansiedad ante el hecho de no
poder consultarlo cuando lo desee? Lo cuentan Marc Masip y Nacho Giner, responsables de
«FaceUp», una aplicación para desengancharse de internet.
Es posible usar las redes
sociales de modo que sus posibilidades no ahoguen hábitos tan necesarios como
la reflexión, el silencio, la lectura pausada o un “hola, ¿qué tal?” cara a
cara. Pero exige atención e intención permanente. El ejemplo de quienes lo han intentado puede ayudarnos.
¿Te animas?
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